Ciudades para la gente

Sesión 30

Sin gente, no hay ciudades…

Reseña por Claudio Sarmiento Casas

El precepto más importante de Ciudades para la Gente es que sin gente, no hay ciudades. Esta idea podrá parecer obvia para el urbanita cotidiano, pero es algo que se ha perdido de manera sistemática en el hacer urbano profesional. La escala humana está conspicuamente ausente en los planes maestros de los planeadores urbanos, en los detalles ingenieriles civiles, en las fotografías y renders de propuestas de proyectos. Jan Gehl toma esta situación deplorable de la práctica urbana a sus máximas expresiones, argumentando que el grado de éxito de una ciudad está directamente relacionada con la calidad de vida que estos ambientes promueven.

Aunque Gehl comienza su obra con una crítica al planteamiento urbano del Movimiento Moderno, debe aclararse que la escala humana nunca ha estado totalmente ausente de su ideología. Desde las raíces del modernismo hasta el Congreso Internacional de la Arquitectura Moderna (CIAM), se puede discernir una preocupación por diseñar alrededor de la proporción y necesidades humanas. La infame Carta de Atenas, incluso, se puede leer con cierta hermenéutica tal que la hace compatible con los principios de salud, productividad, conservación y colectividad. De igual manera, el Movimiento Moderno generó estudios positivistas como los de la arquitecta Margarete Schütte-Lihotzky, quien produjo el modelo cómodo y eficiente de la cocina Frankfurt cuyo impacto tanto en el diseño residencial como en los hábitos de cocinar no puede ser sobreestimado.

La reacción de Gehl en el estudio y el diseño urbano proviene de los resultados formales del Movimiento Moderno en las ciudades durante la segunda mitad del siglo XX. El crecimiento estrepitoso de las ciudades, debido a la veloz transformación de la economía mundial de agraria a industrial, minimizó el rol de la persona a aquél de consumidor. En las ciudades primordialmente funcionales del modernismo, la figura del individuo se redujo a una estadística de un sistema urbano que, muy a pesar de las esperanzas desarrollistas, no se pudo replicar universalmente. En muchas ciudades del mundo – señaladamente en Estados Unidos y Europa – los centros de ciudad decayeron y sus espacios públicos abandonados se tornaron en el emblema del diseño urbano deficiente.

Es en El espacio entre edificios (1971) que Jan Gehl encuentra la principal carencia del diseño urbano contemporáneo: la escala humana. El enfoque de la práctica profesional de Gehl ,y de su despacho Gehl Architects, se desprende del reconocimiento que la vida no sólo existe dentro de edificios y que el desarrollo de una sociedad – especialmente la urbana – depende más de las interacciones de calidad que tienen lugar en los espacios públicos. Esta aseveración hace eco de las observaciones que Jane Jacobs hace sobre las calles de Greenwich Village de Nueva York en su obra seminal La vida y muerte de las grandes ciudades americanas (1961).

Gehl no es tímido acerca de la influencia que Jane Jacobs ha tenido en su trayectoria profesional, citando sus ideologías sobre “vida urbana” y “ojos en la calle” de manera constante. Las ideas de Jacobs son complementadas con aquéllas de su esposa Ingrid Mundt – psicóloga de formación –, así como con el trabajo de William “Holly” Whyte (también oriundo de Nueva York), cuya obra, La vida social de los pequeños espacios (1980), informó la práctica profesional de Gehl, particularmente en el desarrollo de su metodología de estudio de la actividad en los espacios públicos.

La metodología de Espacio Público y Vida Pública (EPVP) de Gehl Architects es ahora ampliamente reconocida y efectuada alrededor del mundo. A pesar de que Gehl no describe en detalle dicha metodología en esta obra, los resultados de sus EPVPs realizados por más de cuatro décadas son utilizados a lo largo del libro para ejemplificar sus argumentos sobre el diseño urbano a escala humana:

  • La priorización de los flujos peatonales y ciclistas sobre los vehiculares se basan en conteos realizados en ciudades que han logrado incrementar los índices de seguridad pública y vial;
  • La reconsideración de los climas idóneos para la interacción interpersonal se fundamentan en las características perceptivas y de confort humano (vista, oído,  velocidad, asiento);
  • El propósito y la programación de los espacios públicos se establecen a partir de una clasificación tipológica de actividades que le dan vida a las ciudades;
  • El tratamiento de los bordes suaves (i.e. permeables) que rodean a las calles y espacios públicos se basan en sus observaciones de las características arquitectónicos de las alturas, plantas bajas y usos mixtos de los centros de ciudad más concurridos y admirados internacionalmente.

De esta manera, Ciudades para la Gente refleja tanto el mantra tripartita de Jan Gehl sobre el diseño de ciudades – “la vida, el espacio y los edificios… en ese orden” –como la estructura del libro. Mientras que los primeros capítulos plantean los principios esenciales sobre la escala humana y los subsecuentes les traducen a recomendaciones de diseño, los últimos capítulos se leen como un reconocimiento de las propias limitantes de las ideas de Gehl. Es en esta breve tercera parte que también podemos encontrar la mayoría de las omisiones y puntos débiles del libro.

Por un lado, encontramos la afirmación de que la escala humana no es suficiente para resolver todos los problemas urbanos. Gehl hace referencia a algunos proyectos del arquitecto sueco Ralph Erskine, así como mega-proyectos contemporáneos en Estados Unidos y Australia, como ejemplos a seguir de soluciones urbanas que utilizan la escala más pequeña, así como las dos “grandes”: la urbana y la de proyecto. Sin embargo, Gehl hace escasa referencia a otras escalas que pueden llegar a ser tan estructurales como es aquella del paisaje humano. Tal es la escala y temporalidad de las ecologías políticas que viven las ciudades; el contexto social, económico, político y medioambiental que hace diferente a las ciudades del mundo no puede ser tomado a la ligera.  Temas como la seguridad pública, los modelos de crecimiento económico de las ciudades, y la sostenibilidad de las ciudades de Latinoamérica, por ejemplo, son problemas complejos que rebasan las tres escalas planteadas por Gehl. Asimismo, estas condiciones macro-estructurales requieren que las recomendaciones de diseño y las aseveraciones planteadas en el libro se lean con un ojo muy crítico y cauteloso.

Por otro lado, el reconocimiento de que las ciudades grecorromanas o medievales fueron formadas en un contexto totalmente diferente al actual (e.g. antes de la Revolución Industrial) es equivalente a aquél que dicta que las circunstancias que construyeron a las “ciudades en vías de desarrollo” son poco comparables en varios puntos. Uno de ellos, quizás unos de los principales, es el hecho de que una ciudad puede no necesariamente aspirar a replicar las condiciones actuales de Copenhague, por poner el ejemplo más usado por Gehl. Si bien la escala humana está presente en toda ciudad de facto, se debe reconocer que cada espacio urbano es único y que cada sociedad se plantea distintas visiones a futuro.

Sin duda, la contribución principal de Ciudades para la Gente es el planteamiento de que el diseño del espacio determina el desarrollo de una ciudad, y la calidad de vida de sus habitantes; como se titula en uno de sus subcapítulos: “Primero moldeamos a las ciudades — y luego ellas nos moldean a nosotros.” Esta aseveración es sumamente ponderosa, no solo porque establece la necesidad de diseñar proyectos urbanos empezando por la escala humana, sino porque retorna la potestad y la responsabilidad de la construcción de nuestras ciudades al individuo. A ti, y a mí.

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Claudio Sarmiento Casas (@sarmiento_casas) estudia la intersección entre movilidad urbana, política pública y activismo táctico en México. Escribe desde la Universidad de Toronto, aunque Querétaro siempre será su hogar.

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