Psicogeografía: la influencia de los lugares en la mente y el corazón

Sesión 9

Psicogeografía

Reseña por Francisco Paillie

No es común hablar de psicogeografía en los términos que sugiere Colin Ellard. Sin embargo, su libro se presenta provocativo, ya que propone una serie de nuevas aproximaciones al tema, algunas se muestran altamente esperanzadoras y otras parecen tomadas de posibles futuros distópicos. Normalmente, cuando se nombra la psicogeografía, se asume que se está referenciando a Guy Debord y al situacionismo, se asume que se trata de entender los efectos que tienen las formas sobre las emociones y nuestro comportamiento, se espera que en algún momento se hable de la estrategia de la deriva; o para referencias más actuales, se espera que se hable del paseo inglés como una forma de recuperar la historia, que se hable de los Ley Lines y de las múltiples conexiones que tienen los lugares de acuerdo con su ubicación (casual o consensuada) sobre el territorio, que se hable de Iain Sinclair, Alan Moore, Peter Ackroyd o de Will Self o, por lo menos, que se nombre a Baudelaire y a la figura del Flâneur/Flâneuse y los aprendizajes que da el vagabundeo sobre las ciudades modernas.

Digo que es quizás el primer logro del libro de Ellard: a pesar de que el título es en apariencia exactamente igual al que publicara Merlin Coverley hace algunos años y, a pesar de que el subtítulo pareciera hacer referencia a la propuesta de Debord, cuando nos habla del impacto que tienen los lugares en nuestra mente y corazón, está reflexionando desde otro lugar y otras disciplinas. Colin Ellard es un neurocientífico, por lo tanto, cuando se refiere a la psicogeografía, lo hace elaborando directamente sobre su área de impacto: la intersección entre la psicología, la arquitectura y el urbanismo; sus investigaciones se basan en la medición directa sobre el cerebro humano y nuestros cuerpos y sobre cómo estos responden a distintos estímulos físicos y configuraciones espaciales.

Dos argumentos se presentan de entrada: 1) La arquitectura, al igual que la naturaleza, nunca ha sido neutra y, por el contrario, siempre ha ejercido un poder sobre la psique humana; 2) Cada día, las ciencias del comportamiento, la psicología y las neurociencias, desarrollarán más y mejores maneras de medir y cuantificar lo que antes se consideraban meras ideas y suposiciones, por tanto, ya es hora de que las disciplinas del diseño echen mano de tales hallazgos científicos para proveer beneficios a los seres humanos.

El primer capítulo del libro nos habla de la naturaleza como el referente común para entender el espacio físico. Es en la naturaleza donde el ser humano se ha desarrollado y evolucionado, en ella hemos aprendido a huir de los riesgos y a potenciar los beneficios, nuestra atención, nuestra memoria y muchas otras de las funciones cerebrales se han formulado para responder a estímulos existentes en el mundo natural; las ciudades, por el contrario, han sido creadas por nosotros, son propuestas de hábitat y selecciones materiales y formales que responden a otro orden. En esta superación de lo natural por el espacio construido hemos ganado mucho como sociedad, pero a la par hemos perdido mucho del valor de nuestras respuestas instintivas; algunas de nuestras conductas naturales son hoy en día irrelevantes, ya no responden a nuestra fuerza adaptativa ni a nuestras experiencias.

De la naturaleza, parece que nos queda la nostalgia, el deseo por experimentar los paisajes verdes y la noción de que cada vez que perdemos la calma deberíamos dar una vuelta por el parque o salir a caminar a la montaña. Diría Ellard que “más que ningún otro factor aislado, nuestro deseo de naturaleza sustenta la estructura psicogeográfica de nuestras vidas”. Quizás, de la naturaleza también nos queda la concepción de grandeza; los entornos naturales son siempre, o casi siempre, entornos sorprendentes, por tanto exponernos a tales escenas de grandeza puede ejercer una influencia cuantificable en la concepción que tenemos de nosotros mismos.

Pero también existe grandeza en algunas de las creaciones humanas: lugares, edificios, ciudades enteras, que pueden explotar este potencial en nosotros. A estos lugares Collin Ellard les llama los lugares de deseo y los lugares de afecto.

Los seres humanos estamos programados para contemplar los objetos simples como seres sensibles capaces de experimentar emociones complejas y estamos predispuestos a explicar el comportamiento de los objetos mediante sentimientos y pensamientos humanos. De aquí que generar la idea de la existencia de, tal cosa como una psicología del espacio, deviene en la relación emocional que los lugares despiertan en nosotros, más allá del entendimiento simple de que las cosas poseen una psique especial; somos nosotros quienes representamos los lugares y los objetos desde nuestras propias emociones. Sin embargo, los hallazgos en neurociencia han podido distinguir qué tipo de estímulos producen los espacios y lugares y, por ende, qué tipos de respuestas nos generan: en oposición a los lugares de deseo y los lugares de afecto, existen también los lugares aburridos, los espacios de ansiedad y los espacios sobrecogedores.

¿Qué sucede en la mente de un urbanita al caminar por una calle vibrante, llena de colores y olores, de personas y vida social? ¿Qué sucede en la mente de una persona que sale a caminar por una calle oscura y vacía, sin ventanas ni puestos comerciales, con basura en las esquinas y el incesante ruido de los motores y el humo que generan? Biológicamente estamos predispuestos a preferir los lugares dotados de complejidad, de focos que despiertan interés y representan variedad; más allá de las preferencias estéticas, llevamos la necesidad de explorar y saber más grabada en niveles primitivos de nuestra mente.

Basta la exposición a experiencias aburridas para alterar la química de nuestro cerebro y potenciar el estrés; estos meros enunciados, basados en descubrimientos con peso neurocientífico, sugieren que los profesionales del diseño a cargo del entorno que nos rodea deberían prestar mayor atención a asuntos como el aburrimiento y al hecho de que la complejidad ambiental puede afectar la organización y función de nuestros cerebros. Podría parecer extremo sugerir que un breve encuentro con un edificio, un objeto o un lugar, pudiera conllevar tales riesgos para la salud, pero ¿no es nuestra vida cotidiana una secuencia de hábitos y de encuentros, día tras día, con estos lugares ? ¿Hay efectos acumulativos por la inmersión de nuestras vidas en espacios opresivos y anodinos?.

En la actualidad, los trastornos psiquiátricos relacionados con la ansiedad se dan con mayor frecuencia en entornos urbanos que en entornos rurales. Esto quiere decir que las ciudades y sus estímulos guardan una mayor relación con nuestros malestares. Más allá de aspectos evidentes como el ruido y las amenazas ambientales, otros factores como la forma, la sobrecarga sensorial y la exposición a entornos construidos que nos obligan a relaciones interpersonales no deseadas. Por su parte, la disponibilidad de espacios naturales, abiertos y públicos en los entornos urbanos ha demostrado ser un aliado para mitigar el riesgo de distintas poblaciones a padecer estos trastornos: es la estimulación el requisito indispensable para generar placer y complejidad en las experiencias, activando así nuestro deseo humano de explorar y aprender, a la vez que se fortalecen nuestras representaciones de valor sobre los lugares.

La idea de que nuestras representaciones mentales de los espacios, lugares y objetos, se componen de un amalgama de lo que hemos visto y vivido, de lo que recordamos y de lo que son en realidad, sugiere potentes implicaciones para las disciplinas del diseño que puedan usar la psicología para la toma de decisiones. Quizás, la más importante sea que sugieren que un diseñador que quiera proyectar un espacio, lugar u objeto, no puede limitarse a tabular una lista de características físicas que hayan demostrado agradar al aparato perceptivo humano, sino que deberá entender de manera sincera la historia del usuario, los tipos de espacios, lugares y objetos que ha conocido hasta la fecha, las cosas que le han ocurrido, los recuerdos que tiene y los detalles que le generan buenos/nuevos recuerdos. En palabras de Bachelard, todo espacio es por encima de todo una suerte de contenedor de nuestros sueños despiertos.

Para la discusión de estos argumentos, el libro se basa en una serie de recuentos de artículos de neuropsicología, investigaciones científicas actuales y anécdotas que se van mezclando de manera hábil con citas y referencias de reconocidos urbanistas y arquitectos de diferentes épocas y corrientes: Rem Koolhas, Jan Gehl, Victor Gruen y Oscar Newman, entre otros. De vez en cuando, se unen a la mezcla algunas citas de filosofía, sociología y literatura, haciendo del libro en sí mismo un espacio estimulante para el lector.

Hacia el final del libro, el autor nos presenta dos versiones del futuro hacia el cual se dirigen los avances en la ciencia y que fortalecen el puente que relaciona la psicología con la arquitectura y el urbanismo, aprovechando la ecuación espacio + tecnología: el mundo en la máquina y la máquina en el mundo. Como buen científico, Ellard confía de manera positiva en los avances, logros y bondades que la innovación y la ciencia nos traen para estos campos pero, a la vez, esboza algunos destinos que colindan con el poder corporativo, el control del estado y una que otra distopía donde el valor estético del diseño será superado por la tecnología que simula estímulos en nuestros cerebros, produciendo así un falso confort: las implicaciones de la psicogeografía de Colin Ellard para la realidad “son a la par alucinantes y parte de un futuro para el que aún ni siquiera hemos empezado a prepararnos”.

Lee el primer capítulo del libro aquí.

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Francisco Paillie (@PakikoP) es Psicólogo, estudió además una especialidad en Consultoría en Familia y Redes Sociales y una maestría en Psicología Social y Cultural (LSE). Ha participado en proyectos de trabajo con comunidades; fue líder de participación ciudadana del Q500, la estrategia de territorialización del Índice de Prosperidad Urbana de Querétaro, implementado por ONU Hábitat. En 2013 co-fundó dérive LAB, un laboratorio multidisciplinario desde donde investiga la relación del espacio con la psicología. 

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